 En el retablo mayor de San Esteban de Los Balbases, del siglo XVIII, perviven doce tablas pintadas entre 1490 y 1495. Nueve de ellas, de marcada personalidad propia, permitieron vislumbrar la mano del artista al que en función de esta obra conocemos como Maestro de Los Balbases. Otras dos tablas debieron ser pintadas por un colaborador suyo y en otra se ha visto la manera de hacer del Maestro del Salomón de Frómista con quien el de Los Balbases trabajó en el retablo de Santa María de esa localidad palentina. Todo este ciclo pictórico está dedicado a la vida y martirio del santo y a las mudanzas que sus reliquias experimentaron en los siglos posteriores a su muerte.
Restauración
Las tablas presentaban ataques de xilófagos, mutilaciones de los perfiles originales para adaptarlas al retablo barroco, pérdidas de soporte, separación de los paneles que componen los tableros, levantamientos de la capa de preparación y de la capa pictórica. Algunos pigmentos se habían alterado y groseros repintes habían tratado de ocultarlo. La madera del retablo estaba dañada, vencida en algunas zonas y mermada por el ataque de insectos xilófagos, especialmente en la predela y el primer cuerpo. En la parte superior había piezas desencajadas y marcas de escorrentías. Algunos elementos de madera presentaban grietas o fisuras y otros estaban alabeados. En la policromía se apreciaban pérdidas, levantamientos, roces, arañazos, suciedad, restos de humo o cera de velas. En algunas imágenes había repintes y los barnices protectores estaban oxidados. La madera hubo de consolidarse con resinas y reintegrarse con trabajo de carpintería. Una vez limpia la suciedad superficial se estudió la pintura para, delimitados los repintes, eliminarlos. El trabajo más minucioso y comprometido fue la reintegración cromática.Todos los tratamientos se aplicaron bajo el criterio de la menor intervención posible y permiten discernir lo restaurado de lo original. Además, se instaló una iluminación adecuada.
Difusión cultural
La restauración facilitó la ocasión para que sus extraordinarias tablas pintadas pudieran ser contempladas en la exposición Huellas de Flandes, posible gracias al generoso mecenazgo asumido por Caja de Burgos y Cajacírculo, en la sala Valentín Palencia de la Catedral de Burgos en noviembre de 2009, con la asistencia de 22.000 visitantes.
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